Relatos, cuentos y otras historias…



lunes, 12 de febrero de 2018

La superficie inalcanzable

Como el borrón de tinta en la última palabra, apareces en la palma de mi mano. Es como si te hubiera llamado de repente, y te giras, y me miras sorprendida, y tu pelo se queda enredado en la comisura de tu boca. Y sonríes. Sonríes como solo tú sabes.
Es entonces cuando tengo que apagar la luz para dejar de ver tu recuerdo. Bajar el interruptor y escucharlo como si de la explosión de un globo se tratase, retumbando su eco por toda la habitación, haciéndola aún más solitaria y vacía.
El rumor de una radio se difumina en la oscuridad. Es la única manera de no escuchar tu voz, que camina desnuda y risueña por estas cuatro paredes.

Me tumbo en la cama junto con mi mala costumbre de aún respetar tu lado, mientras el grifo que pierde agua me recuerda que me olvidé de él, como de otras tantas cosas, a cada gota que cae, martillazos que remueven mi conciencia (la mala), la única que tengo y la única que hay.
Después cerraré los ojos para, una vez más, no dormir. Y volveré a vagar entre la muerte y la locura, no sabiendo muy bien qué elegir, porque siempre fui un loco moribundo que no encuentra alivio bajo los párpados. Ni tampoco en la oscuridad del pasillo. Ni en mis pies descalzos sobre el suelo de la cocina. Ni en la despensa que aún guarda la comida que te gusta. Ni en el trago quemando en la garganta. Ni en el dolor de mis pulmones por la falta de oxígeno. Ni en la punta de mi lengua hundida sobre la sal de nuestras heridas.

No encontraré ese alivio porque no existe.

Entonces, de nuevo, te llamaré, te girarás, y me mirarás. Y te veré, por última vez, sonreír como tú solo sabes.


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