No es tan difícil pedir perdón, me repito mil veces mientras el reloj marca la hora de tu salida.
Una marabunta sale por la puerta como champagne recién
descorchado.
Tú te retrasas. Y no hay más saliva que tragar para este
mudo trovador.
El eco de mi plegaria se repite donde rezo tus manos en mi
espalda y el rumor de tu risa recorriendo la habitación.
Mi perro aún sigue tu sombra buscándote para dormir, desvelado en
tu ausencia, al igual que yo, insomne de perpetua condena.
Cuando por fin sales no lo haces sola. Un hombre te acompaña. Ríes
despreocupada, quizá es aquel compañero que siempre te lleva el café a la
mañana, o quizá sea aquel otro que un día te invitó a salir; “Me esperan en
casa”, aquella vez tu voz contestó.
Y ahora tu sonrisa se pierde en las entrañas del metro,
engullendo mi esperanza de ser yo quien compartiera asiento a tu lado en el
vagón.
Entonces vuelvo sobre mis pasos, solitario regreso que no era lo
esperado, mascando las palabras que quedaron en mi boca y que no te pude decir, sorteando adoquines
rotos de aceras que todas ellas me llevan a tu recuerdo.
Madrid seguirá gritando tu nombre, y yo esperándote donde siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario