Había escrito cien veces: te odio. Como si de un escolar
castigo se tratase. Penitencia necesaria para conseguir el olvido que le alejara de su
piel, de su boca y de su mentira.
Te odio, te odio, te odio…, hasta intentar
llegar a creérselo. La derrota de un corazón que sigue amando sin tener que
hacerlo.
Cien veces más lo escribió. En la última línea, en el último hueco, un
te quiero escapó inconsciente de entre sus dedos.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario