La radio comenzó a hacer interferencias, hasta que sólo quedó
un ensordecedor pitido. La apagó rápidamente. En ese instante, el interior del
coche quedó totalmente iluminado. Y despacio levantó los ojos; una cegadora luz le
enfocaba desde arriba.
El coche empezó a ser zarandeado de un lado a otro tan
violentamente que el muchacho salió despedido de él.
Al día siguiente apareció semidesnudo en medio de un campo de
trigo. Por miedo al qué dirán, nunca contó lo que le habíamos hecho.
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