Despacio se dirige hacia la entrada. No se atreve a mirar si
el sueño de toda su vida se ha hecho realidad. ¿Su sueño?, se pregunta… o, ¿más
bien el de su padre? Su abuelo, su padre y su hermano mayor lo habían
conseguido. Había que seguir la tradición. Quizá no se lo habían inculcado con
aquellas mismas palabras pero sí de alguna manera tapando la expansión de
posibles vocaciones paralelas. Ya daba igual pensar si era posible que él tuviera
otro talento teniendo a escasos metros la respuesta.
Entra despacio al hall y espera a que el remolino de gente
se disperse. Nervioso se acerca y se busca en la lista de afortunados. Su dedo índice se detiene. Su nombre y dos apellidos aparecen. No sabe muy bien si alegrarse o decepcionarse.
Las personas que también han aprobado se las ve muy contentas, radiantes. Él se
quiere sentir así. Pero por un segundo se
había imaginado diciendo a su familia que había suspendido, que tendría que
dejar de intentarlo y que cambiaría su vida. Lo haría lo más lejos del pueblo
posible, sí, lejísimos de allí.
Pero vuelve a mirar su dedo allí detenido sobre su nombre
y dos apellidos. Lo había logrado.
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