Sigo oyendo tu cucharilla remover el café. Y una vez más me
preguntas lo que todas las mañanas, ¿por qué me levanto tan temprano si no
tengo que madrugar? Y yo te contesto lo mismo de siempre, porque me gusta verte amanecer, tu
despertar perezoso, tus buenos días sigilosos, el olor a café recién hecho, tus
movimientos silenciosos, tus pasos de la habitación a la cocina y de la cocina
al baño, el sonido de la ducha, la radio de fondo, tu pelo mojado.
La luna aún no se ha escondido y te invito a mirarla
conmigo. Me dices que tienes prisa. Te ruego y tú ríes mientras cedes a mis
chantajes. Me rodeas con tu brazo la cintura y los dos miramos hacia el cielo.
Me besas la mejilla. Llegas tarde. Apuras los últimos detalles
y terminas de arreglarte. Gritas un “te quiero” desde el pasillo y cierras la
puerta. Tu perfume queda varios segundos vagando por la casa, como si no
quisieras irte del todo.
Sales del portal y te veo cruzar la calle. Te despido desde
la ventana y tú me tiras un beso. Aceleras el paso y desapareces tras la
esquina. Y yo ya te echo de menos.
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