El avión tomó tierra con brusquedad, sin embargo a él le pareció acariciar la nueva tierra que le esperaba.
Es de noche. Las luces del aeropuerto reflejadas en los charcos del suelo delatan que no hace mucho que ha llovido.
Se detuvo un instante en la puerta del avión antes de bajar. Sintió el frío colarse por el cuello de su camisa. El gélido aire arañaba su cara y manos. Aspiró profundamente ese olor desconocido del país extranjero que va a ser pisado por primera vez.
Miró sin remordimiento lo que había dejado atrás. No hubo quién ni por qué.
Sonrió satisfecho de su valiente decisión y el vaho se escapó por su boca.
Tomó un autobús, no muy seguro de que le llevara al centro de la ciudad. En él, el caos de las voces en un idioma extranjero se confundían en su cabeza.
De repente, a la mitad del recorrido, el autobús dio un frenazo. El conductor se levantó y comenzó a hablar alterado a los pasajeros y éstos protestando, comenzaron a bajar. Miró hacia todos los lados. No sabía qué ocurría y no entendía nada de lo que estaban diciendo.
Un chico joven se le acercó. “Se ha estropeado”. Le dijo mientras le sonreía.
El chico se dio media vuelta y bajó. Y él se preguntó cómo había sabido cual era su idioma. Pero qué bien se había sentido al oír una voz que entendía.
Rápidamente salió del autobús. Vio a ese chico alejarse calle abajo. Por un momento sintió el impulso de salir corriendo tras él pero se contuvo.
Un escalofrío recorrió su espalda. ¿Qué le estaba ocurriendo? Sí, el miedo comenzaba a invadirle. Pero esa sensación de incertidumbre en el fondo le gustaba.
Volvió a repetirlo, esta vez en voz alta. “Estoy solo”. No había ni dónde ni cómo.
No le importaba. Estaba él y su destino. Uno frente al otro. No necesitaba más, al menos aquella noche.
Sin darse cuenta la calle se había quedado desierta. Tenía que decidir si ir hacia la izquierda o la derecha. Escogió el camino que había tomado el desconocido del autobús.
A lo lejos se divisa la rutina de un semáforo cambiando de color, controlando el paso de unos vehículos que no hay. Círculo vicioso de verde, amarillo y rojo.
Tras él, unas luces de neón rosa anuncian un pequeño hostal. La H está fundida. Ese lugar será su refugio esta noche.
La habitación huele a humedad. No se quita el abrigo y se sienta en el borde de la cama. Y le parece que ese borde es el de un precipicio. Quiere llorar. Lloraría como un niño pequeño. Pero aprieta los dientes. Se levanta y mira por la ventana. Desde allí se ve el semáforo con su incansable juego de colores.
¿Esta sensación en el estómago es lo que cree? ¿Es el comienzo del arrepentimiento? Se niega a ello. Con una buena copa de vino esto se le pasaría, se dice. Al instante, cambia de opinión, el vino siempre le puso nostálgico.
Este lugar no puede ser mejor ni peor que cualquier otro. Es sólo eso, un lugar, piensa mientras vuelve al precipicio de su cama. Aún no lo sabe pero pasará muchas noches en ella. Más de las que le gustaría. Pero poco a poco la distancia del vacío, sin darse cuenta, se irá reduciendo.
Esa noche la pasará despierto, bañado por la hipnótica luz del semáforo que entra por la ventana.
Un pequeño hombre dentro de una pequeña habitación, de un pequeño hostal, de una pequeña ciudad, de un pequeño país, de un pequeño mundo, arropado a su vez, por un pequeño universo que le mira.
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Precioso...me hizo recordar a mi primera vez en España: el olor al país extranjero, el miedo, el arrepentimiento y la inconfundible certeza de estar sola para todo...Que afortunada q fui!!! un besote
ResponderEliminarMuy bien!
ResponderEliminarQué bonito!! Cúanto tiempo sin leer tus relatos!! Qué facil haces que echemos a volar la imaginación...
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