Relatos, cuentos y otras historias…



viernes, 12 de noviembre de 2010

Inspiración

Lo era todo y no presumía de nada. Sí, creo que fue eso lo que me enamoró de él. Su humildad. Aunque llegué a amar hasta sus defectos.

Le conocí de una de esas maneras que crees que nunca suceden. A mí me ocurrió. Misma parada, mismo autobús, dos asientos libres, él se sienta frente a mí, un viaje juntos.
Recuerdo que lo primero que pensé fue que tenía los ojos más bonitos que había visto jamás. Discretamente los observaba mientras éstos se perdían mirando por la ventana. Tenían la dulzura de la timidez, la belleza de la nostalgia y el brillo de la picardía. Y suavemente se volvieron hacia mí sonriéndome sólo con mirarme.

Y sucedió. Se atrevió a hablarme. Su voz era suave y agradable y su acento me delató que venía desde muy lejos. Y juntos nos bajamos del autobús, confesándome tiempo después, que aquella no era su parada pero se bajó para continuar nuestra conversación.

Dos días después estábamos tomando una copa juntos en uno de esos bares con música en directo. Un lugar íntimo, con luz tenue y romántico. Y mientras se escuchaba de fondo el llanto de una guitarra, me dijo que era escritor. Primero me sorprendí, luego sonreí, después me asusté. ¿Un artista entrando en mi vida?

Y sin darme cuenta, mi mundo cuadriculado se llenó de pinceladas de arte, olor a bohemia, noches de inspiración, de amor en mayúsculas, de sentimientos sobre papel, de pasión en verso, del romanticismo llevado al extremo…

No paraba de escribir, de crear, me decía que yo era su musa…

Pero la magia duró lo que dura un buen libro. Se hizo demasiado corto.

Y comencé a descubrir el lado oscuro del arte. La novela tan anhelada no llegaba. Y la casa se llenó del aire viciado del abandono de inspiración, de la crisis de identidad, de la imaginación en blanco. De la desesperación de creerse inútil, de la pérdida del tiempo, del esfuerzo en vano… De las miradas ausentes, del silencio, de las noches encerrado y yo fuera esperando… ¿Cómo podía llevarle de nuevo la inspiración a sus manos?

Un día se movía nervioso de un lado para otro del salón repitiendo una y otra vez que era culpa suya, sólo suya. Que yo seguía siendo su musa.
Hasta que dejé de serlo, supongo.

Me dijo que me dejaba. No le creí. Sin mí no podrá crear, pensé. Pero un día llegué a casa y pude sentir, nada más abrir la puerta, la presencia de su ausencia. Se fue con lo que había llegado, una pequeña maleta y su cuaderno de notas. Sobre la mesa me dejó una nota que decía:

“La inspiración en esta relación se me ha terminado”.

- ¡Qué clase de idiota escribe esto para dejar a alguien!- gritaba mi hermana mientras leía la nota.- Claro, un escritor loco.- se contestó sola.

Ella, esposa y madre prematura, sus treinta años en su cara y sus gestos parecían el doble. Se sentó a mi lado con actitud maternal, paladeando y saboreando cada palabra que me iba a decir, satisfecha del futuro resultado que tendría su discurso:

- Te lo advertí. Te dije que un artista sólo trae problemas. Búscate un médico, un fontanero, un funcionario… un tipo normal y corriente que trabaje de verdad y te llene la nevera como es debido. Qué te ha dejado este, ¿escritor? Yo sólo veo una casa llena de papeles garabateados con una letra ininteligible… propio de un vago demente.

Había dejado de escucharla hacía mucho, desde el momento en que sus palabras herían la vocación que él tanto amaba. La amaba incluso más que a mí. Y no pude competir con ella, me ganó la batalla. Y él se ahogó, sufriendo sólo como un romántico artista sabe sufrir.

En ese momento me levanté. Decidida retiré todos sus recuerdos lo más rápido que pude. Como cuando te quitas una tirita. Sintiendo el dolor de golpe. Las notitas de amor de la nevera, las fotos, sus apuntes… y me quedé mirando sus bolígrafos sobre la mesa del estudio. Reconozco que tardé mucho tiempo hasta que me atreví a moverlos de cómo él los había dejado…

La casa se llenó de un color de tristeza como nunca antes había sentido que traspasó hasta mi alma. Y comencé a entender lo que él tantas veces me decía... se puede morir de amor.

Yo sobreviví a duras penas, hasta que pasados los meses, una fría mañana donde la niebla comenzaba a levantar de la ciudad, mis ojos volvieron a sonreír.

Un libro en aquel escaparate llamó mi atención. Grueso, tapa dura, unas letras doradas que rezaban “La chica del autobús” y bajo el título, su nombre.

Entré corriendo en la librería. Creo que mi sangre hacía rato que había dejado de circular. Cogí nerviosa el libro. Le di la vuelta. Detrás su fotografía en blanco y negro. Gesto sereno. Era él, mi amor, lo había conseguido.

Lo abrí. En la dedicatoria, mi nombre. Tras él, continuaba:

“Gracias a ti la inspiración llegó a mi vida, quedándose a vivir por siempre a mi lado”.

3 comentarios:

  1. Que historia más bonita.
    Es cierto que el amor no dura siempre, pero lo importante es lo que aprendes o vives durante esa relación...Él la inspiración para siemprey ella vivió, por un tiempo, un gran amor.
    Enhorobuena. Un beso

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  2. Qué historia tan dulce y triste, aunque el final es muy bonito... es preciosa la forma en la que expresas estos sentimientos.

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  3. Una extraña y rara sensación acompañada de un ligero escalofrio ha recorrido mi cuerpo...sensacion provocada por tu triste y linda historia exquisitamente narrada.

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