Tú, yo. No somos verdad.
Te ruego seguir soñando. Por si acaso.
Porque quiero seguir viendo sonrojar tus mejillas, tu risa en mi cuello, el verano en tu pelo.
Sigamos durmiendo, sigamos soñando.
Porque aún no he escuchado llover suficientes veces a tu lado, ni he puesto nombre a todos tus lunares.
No, por favor, no me despiertes.
Porque te había imaginado tanto tiempo, aquí, justo donde estás ahora.
No, no despertemos.
Tú ríes, y me dices que es verdad. Que tú y yo estamos juntos.
Y tus dedos que acarician mis labios se deslizan por mi cuello, rozan mi hombro y llegan hasta mi brazo.
Siento un suave pellizco. Tú mientras sonríes. Es
dulce, como tú. Pero de la suavidad paso al dolor.
Un dolor insoportable, cada
vez más agudo que comienza a recorrer todo mi cuerpo. Mis manos han quedado
agarrotadas y mis rodillas se doblan convirtiéndose en papel.
Tú sigues
sonriendo mientras me ves caer como un plomo al suelo.
Quiero hablarte pero no puedo mover la boca que ha
quedado sellada.
Y escucho dentro de mí un estruendo que hace voltear
la habitación. El suelo se ha hecho techo mientras veo caer como lluvia todas
las cosas a mi alrededor.
Las sillas, la mesa, los libros… todo está cayendo
menos yo que quedo como un imán atrapado en una fuerte atracción.
Siento un peso que se agarra desesperadamente a mi
brazo. Eres tú.
Suplicas con la mirada que no te deje caer. Pero,
igualmente, sigues sonriendo.
No puedo ayudarte, amor, no puedo. No puedo moverme.
Agárrate fuerte a mí.
Pero noto como pierdes fuerza y tus dedos van cediendo
a la gravedad, arañando tus uñas mi piel en un último aliento por no caer.
Te sueltas. Y yo no puedo gritar, no puedo ir contigo.
Solo puedo ver como desapareces en el abismo.
Te pedí seguir durmiendo, amor. Seguir soñando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario