El bosque secreto

Los dos hermanos se miraron. Entre el asombro y la emoción ninguno de ellos pudo articular palabra. Sin decir nada salieron corriendo hacia allí. Habían pasado la mitad de su vida escuchando a su padre hablar de ese lugar. Crecieron entre tantas y tantas historias de un tesoro natural al que nadie había sido capaz de llegar y, ahora, estaban frente a él.

Contaban que sólo un hombre lo había logrado, pudiendo saber de su hazaña tras redactar algunos escritos atestiguando que ese jardín secreto existía. No dio muchos más detalles y aquel hombre desapareció. Según la leyenda, les contaba su padre, se había quedado a vivir allí, en ese paraíso del que nunca dio cuenta de su ubicación exacta. Y con la mágica inocencia de ambos niños, prometieron que algún día llegarían a ese lugar.

Hoy, tras un largo viaje siguiendo las indicaciones que años atrás su padre les dio, estaban allí. Frente a ellos se extendía la inmensidad de un bosque que emanaba olor a eucalipto y donde sólo se podía oír el sonido de las hojas mecidas por el viento. Un camino de arbolada sombra les invitaba a entrar. Los dos hermanos se miraron una vez más y se adentraron.

Su padre tenía razón.