Relatos, cuentos y otras historias…



sábado, 19 de junio de 2010

La muchacha de la parada

Sentada sobre su maleta, una vez más, espera. Mientras, en su mente, se pinta los labios. Su vestido se retuerce entre sus muslos, sus pies se miran.

Dejó marchar el primer autobús. Ahora piensa si hizo bien en no subir. Pero la esperanza de verle llegar fue más fuerte que la idea de marchar para siempre.

El suelo desprende calor. Su mirada, la tristeza de saber que no ocurrirá.

Tendrá que pasar casi una hora para que otra oportunidad de desaparecer de aquel lugar llegue en forma de autobús derrapando, envolviéndola en una nube de polvo. La puerta se abre. Es el momento de subir y marchar lejos de allí, muy lejos. Da un vistazo hacia los lados, nerviosa. La última oportunidad para ver si él llega. Quizá llegue más tarde y si sube y se va, él no la encontrará.

Siente como los pocos pasajeros que hay, desde las ventanas, la miran interrogándola. El conductor, impaciente, le presiona con la mirada. El intermitente parpadea al ritmo de su pulso acelerado. Una vida nueva tras esa puerta abierta. Pero niega con la cabeza. El conductor se encoge de hombros mientras le avisa que se derretirá de calor antes de que llegue el próximo autobús. Aún así sigue negando con la cabeza y baja la vista hacia el suelo. La puerta se cierra violentamente. El motor ruge en sus oídos y arranca.

No se atreve a mirar la estela de humo. Ni siquiera sabe con seguridad si por esa carretera polvorienta hoy pasará alguien más. Mejor mirar hacia el otro lado.

A lo lejos la imagen de lo que parece ser un coche, tiembla confundiéndose con el árido paisaje. Parece ser que alguien más se ha perdido por allí.

El coche no tardará en pasar rápido delante de ella. Un frenazo hace que gire la cabeza y vea como el coche que acaba de pasar da marcha atrás hasta quedar frente a la parada. La cabeza de un gran perro se asoma por la ventanilla del copiloto. Ella se pone la mano sobre la frente de visera y mira con dificultad al interior. Al volante, un joven saluda divertido a la muchacha aún sentada sobre su maleta.

- No ha venido a buscarme.- le dice al desconocido.

Él no habla. Sólo le abre la puerta del coche. El perro, con un ladrido, parece también invitarla a subir.

Una vida nueva tras esa puerta abierta.

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