Martín sigue mirando tras la cortina. Lleva varias horas haciéndolo. Ya es de madrugada pero aquel coche aún sigue aparcado en la calle de enfrente, con las luces apagadas, al acecho, esperando.
Martín está atento, alerta a cualquier ruido o movimiento. Sabe que el exterior es peligroso.
Tiene la habitación a oscuras y en silencio. Sólo puede escuchar el sonido de su corazón palpitando fuertemente, retumbando en sus oídos, hasta el punto de pensar que se le saldrá del pecho.
Tanto tiempo allí metido y el miedo aún está instalado en su cuerpo. Hacía dos años que ese pequeño cuarto era su refugio. No habían conseguido que perdiera la noción del tiempo. Y aunque en muchas ocasiones se sintiera inseguro, no podía quejarse. Peor sería estar allí fuera.
Su única relación con el mundo exterior era a través de hojas enviadas por debajo de la puerta. En esos folios, anotaba todo lo que necesitaba. Cuando “ellos” lo tenían preparado, golpeaban un par de veces la puerta con los nudillos. Martín escuchaba sus pasos alejarse y era entonces cuando él abría la puerta y recogía su encargo. Lo mismo ocurría con la colada limpia o la bandeja de comida.
Una vez al día, en la primera comida, junto a un vaso de agua, le dejaban en la bandeja una pequeña píldora roja. Desde que estaba allí encerrado, todos los días se la daban, sin falta. “Ellos” le habían dicho que le ayudaría, que era por su bien. Martín sabía perfectamente que para sobrevivir lo primero que debía hacer era desconfiar de todo el mundo. Había aprendido a mentir. Les dijo que se la tomaba. Pero la realidad era, que igual que la cogía de la bandeja, la dejaba dentro del cajón de su mesilla. Ya lo tenía lleno, así que tendría que buscar otro escondite.
Tenía que reconocer que “ellos” lo sabían hacer muy bien. Les gustaba jugar con su mente, intentar que perdiera los papeles y que por fin saliera. Hubo un tiempo, que una mujer aporreaba la puerta insistentemente, día y noche, haciéndose pasar por su madre. Eran buenos. Pero Martín era más fuerte psicológicamente de lo que creían y nunca podrían con él.
Está amaneciendo. Las farolas de la calle se acaban de apagar. A lo lejos, se comienza a escuchar a los pájaros cantar, ajenos al miedo de Martín. Él continúa vigilando por la ventana. Quizá los primeros rayos de sol le ayuden a descansar. Con luz se siente algo más seguro.
Mira hacia la cama. Lleva meses sin usarla. Hoy tampoco se acostará en ella aunque sea lo que más desea en este momento. ¡No debe ser tan débil! Se enfada con él mismo y se golpea la cabeza una y otra vez. ¡El cansancio no podrá con él! Tiene que continuar en guardia. Coge la silla, la pone frente a la puerta y se sienta con los brazos cruzados.
Sin darse cuenta cerrará los ojos y dormirá un poco, hasta que “ellos” otra vez llamen a la puerta e intenten posiblemente una nueva artimaña contra él. Y así, un nuevo día comenzará.
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Me encanta...me encanta irme a dormir después de leer tus relatos...nunca dejes de escribir Natalia...
ResponderEliminarIntrigante, muy intrigante....
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